Pesar el amor.

El amor no se consigue por gramos o por litros en las esquinas. ¿Cómo hemos aprendido a contar el amor entonces?. Sencillo: hemos aprendido a contarlo en meses, años, días y una que otra se avienta a contar hasta las horas. (Mis respetos si alguien se ha puesto a contar los segundos).
Pero existen una cantidad inimaginable de parámetros con los que podríamos medir el amor: El amor con nombre de canción, calculado en versos, poemas o cartas. El amor en sílabas, con diptongo o sin él… el amor en letras!.
Medirlo con las tardes de café, con caguamas, con botellas vacías, con cenizas de cigarros, con cerillos, con testarudas peleas, con esperanzas. Medirlo en mariposas en el estómago, en las pecas de su cara, en muecas perdidas, en las manos sudorosas, en risas nerviosas.
El amor en caricias, citas, encuentros, películas, sitios, sueños, calles, en trozos de fragilidad, en lunas, mares, sabores, con trozos de chocolates.

Confesar el recuerdo de un amor bajo las velas extinguidas, entre vuelos de aves, contando las mañanas a su lado, los pasos recorridos, los viajes, las bienvenidas. El irremediable y tristísimo adiós.
Indiscutiblemente sería difícil, pero hasta en lágrimas, pestañeos o pulsaciones del corazón pudiéramos valuar el amor.

A mi me gustaría dejar de enumerar el amor. Quiero aprender a contarlo en cariños o en abrazos. Quiero que los meses sean besos, los días caricias y las horas miradas.

La próxima vez quiero enamorarme sin tiempo.

Para adorarlo como en infinito.